Tantear las sombras... y las luces / Sobre "Arquitectura del silencio", de Alicia Aza
Después de Auschwitz, la poesía fue posible pese a las
dudas de Paul Celan. En Aquitectura del silencio, el
nuevo libro de poemas de Alicia Aza, se proyecta una mirada,
cargada de desolación y de denuncia, sobre ese y otros desastres
colectivos.
No es frecuente encontrar libros en los que el poema,
más allá de su función como objeto artístico o como cauce de emociones íntimas
o de nuevos sentidos, aborda el pulso colectivo a partir de las sombras que
gravitan sobre la civilización y sobre los valores humanistas y democráticos en
que se asienta. También sobre sus luces y pliegues de esperanza. Alicia
Aza (Madrid, 1966), poeta con tres libros publicados ente 2010 y
2014, se atreve con ello en su nuevo poemario, Arquitectura del
silencio. El libro se sustenta en 13 poemas, todos construidos en
endecasílabos blancos y de cierta extensión, que recorren la geografía de los
grandes acontecimientos colectivos del siglo XX y de lo que llevamos del siglo
XXI. También momentos esperanzadores. Un objetivo ambicioso, poliédirico y
valiente. Es muy alto el listón que Aza coloca a su proyecto.
Y, por ello, poéticamente arriesgado.
En el fondo, el libro es una suerte de recorrido por las más
importantes grietas que en el último siglo ponen de relieve la fragilidad de
nuestra civilización y la debilidad de las utopías que han marcado a varias
generaciones. En la trastienda de las sociedades del bienestar o, tal y como
las definiera Herbert Marcuse, "de la opulencia", hay
trapos sucios, restos de antiguos naufragios, miedos, intolerancia, crueldad y,
de manera muy especial, intereses económicos que determinan y condicionan el
curso de la Historia. Así, el lector asiste, a media que avanza en los textos
de Arquitectura del silencio, a acontecimientos
históricos que van de Auschwitz a la guerra del Vietnam, de la lucha por la
dignidad bajo la dictadura de Franco a los fundamentalismos de
todo signo expresados en hechos como el atentado terrorista contra las torres
gemelas en Nueva York, la sima del estalinismo prolongándose en Tianamen,
en Serbia y los Balcanes o en la Rumanía del último Ceaucescu, la
irracionalidad del terrorismo yihadista y su saldo de muertos en
París/Bataclan, en Munich, en Bruselas…. Sobre todo ello se levanta
la extensa sombra del miedo, asoman los temores y los terrores de las víctimas,
la piedad y la solidaridad del sujeto poético…. Y se alza la arquitectura del
silencio, de todos los silencios. Un silencio metafórico que arraiga en la
sociedad y que muchas veces es elusión de la realidad, otras es
deformación o desinformación, otras es mentira y huida. Y las más,
desconcierto, perplejidad ante las sevicias que caben en el comportamiento
humano y, sobre todo, en las decisiones de los poderes que lo conducen y
determinan. A veces, las menos, es la esperanza, quizá la salvación que
asoma en la tímida luz de la mirada de un niño, o de los refugiados bajo la
nieve de Europa, o el nacimiento de otras posibilidades de utopía tras la caída
del Muro de Berlín.
Son poemas donde la prevalencia de lo colectivo aparece
filtrada por la experiencia personal, por la subjetividad que nace de lo vivido
de manera más o menos próxima. Poemas narrativos con un filo documental
(los nombres propios —Ortega Lara, Milosevic, Tejero, Bin laden— y
la toponimia del terror —World Trade Center, los Altos del Golán, Irak,
Vitcong— son referencia obligada que Aza utiliza con
inteligencia y equilibrio) que cobran intensidad lírica y altura emotiva
cuando la poeta alude a los hechos colectivos con el tamiz del
binomio intimidad/sentimiento por delante: “Atrás quedó la niña
y, sin embargo, / llevo una margarita en un bolsillo / Y sé que morirá como Hu
Yaobang”. La poeta da cuenta de la deriva de un mundo deshumanizado en el que,
sin embargo, la belleza no es del todo extirpada: la luna, el mar, la luz del
sol, los atardeceres, la sonrisa de los niños y los requerimientos del
amor seguirán existiendo y aportando sus precarias dosis de alegría a un mundo
radicalmente injusto: “Nacer donde es mejor estremecerse / ante la cercanía de
la luna”. Esa capacidad de sanación, o de consuelo, asoma en el único
lugar donde Aza parece encontrar huellas, indicios de
esa posibilidad: en el arte, ya sea en la música (Mahler) , en la
pintura (Leonardo y la sonrisa de la Dama de armiño, Dalí y La
persistencia, el horror inconmensurable de El grito, de Munch),
en la propia literatura (Lu Xun, Rilke, Kertesz, Manea…) o
en la filosofía. Un libro valiente y, antes lo decía, arriesgado: si hablamos
de poesía (que es de lo que se trata), quizá habría reforzado su sentido y su
intensidad rebajando la vertiente más descriptiva de algunos poemas y
acentuando la mirada interior y las capacidades más reveladoras del lenguaje.
Libro necesario que a nadie dejará indiferente.
Alicia Aza / Arquitectura del silencio
/ Valparaíso Ediciones. Granada, 2017 / 73 pags.
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También en el diario digital NUEVA
TRIBUNA.
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